Editorial

::: TRES HOSPITALES EN EMERGENCIA :::

Después de esperar por más de dos semanas su internamiento en una cama UCI, el conocido personaje chimbotano Pedro “Pipo” Betancourt Morillas dejó de existir la madrugada del domingo último víctima del implacable covid-19. Como él, más de mil quinientos chimbotanos han corrido hasta hoy la misma suerte debido a la falta del referido equipo médico.

Entre tanto, no hay cuándo disminuya el número de contagiados, quienes tienen que hacen cola para acceder a una de estas camas, las mismas que se han convertido en el artefacto que marca la diferencia entre la vida y la muerte. En todo Chimbote, el número de camas UCI llega apenas  a 37. Veintitrés de ellas se encuentran en el hospital Regional, catorce en el hospital III de Essalud y ni una sola en el hospital La Caleta.

Por más que nuestro modo de ver pudiera parecer inoportuno, no por eso deja de ser una realidad objetiva y palmariamente ilustrativa: 37 camas UCI para una población que supera el medio millón de habitantes, es un cuadro comparativo inconcebible e ilógico, que incluso llega a la humillación. Es algo que solamente puede servir de argumento para una novela de espanto.

Por donde se le mire, en los tres hospitales de Chimbote la demanda de atención médica supera largamente a la oferta. Veamos por qué.

Con setentaicuatro años que acaba de cumplir la semana pasada, hace ya mucho tiempo que el hospital La Caleta ha sobrepasado largamente sus límites de capacidad. El centro de salud más antiguo y emblemático de Chimbote no da para más. El hecho escalofriante de no poseer una sola cama UCI es para helar la sangre a cualquiera. Igual de desconcertante es saber que después de cuatro años de haberse anunciado “la inmediata” ejecución del nuevo Hospital de los Pobres, hasta hoy no se ha vuelto a hablar más del asunto. Todo ha quedado en promesas incumplidas. El gobierno regional de Ancash, encargado de habilitar el terreno y elaborar el expediente técnico, ha optado por guardar el más absoluto silencio en todos los idiomas.

Por su parte, el hospital III de Essalud, con cincuentaiocho años de existencia, también ha seguido los mismos pasos. Responsable de brindar atención a más de veinticinco mil asegurados, el hospital de la seguridad social tampoco da para más. Sus catorce camas UCI hay que disputarlas con mucha anticipación. Mientras tanto los asegurados tienen que formar colas cada vez más largas para acceder a una consulta médica. Un caso patético es el hecho de tener que esperar hasta seis meses para obtener una atención oftalmológica. Y, tan igual con lo que sucede en el hospital La Caleta, también aquí nadie ha vuelto a mencionar el proyecto para la construcción del Hospital IV de Alta Complejidad. Todo quedó en discursos y en una costosa campaña publicitaria.

Por último, la situación del Hospital Regional “Eleazar Guzmán Barrón”, fundado hace cuarenta años, tampoco se diferencia con la de los anteriores. A pesar de contar con amplios terrenos aún desocupados y ambientes construidos que permanecen vacíos, el más importante centro de salud de Chimbote adolece la aguda falta de equipamiento y se mantiene en clara desventaja frente a sus similares de otras regiones del país.

Como se puede ver, los tres hospitales de Chimbote tienen en común la falta de capacidad, mantenimiento y modernización. El colapso del que han sido objeto lo dice todo. Ninguno de los tres estuvo preparado para enfrentar una emergencia de la magnitud que tenemos encima. Ha quedado demostrado que sus directivos jamás han tenido en mano un plan de contingencia ni nada que se le parezca. Esta es una clamorosa falta de previsión cuyas consecuencias son más que evidentes.

Si a este escenario de lucha contra la pandemia sumamos la calamitosa gestión realizada por el gobierno regional de Ancash, llegamos a la concusión que una mala gestión pública puede ser tan dañina como la propia epidemia. Las obras de emergencia mal ejecutadas, sobrevaloradas y que aún siguen inconclusas, han ratificado dos cosas que son totalmente innegables. Primero, la falta de capacidad y honestidad. Y segundo, para la corrupción la pandemia no existe.

Ante este cuadro clínicamente desalentador, el anuncio de la pronta ejecución del Hospital El Progreso, nos ha devuelto algo de esperanza. En este caso está de por medio la palabra del mismo Ministerio de Salud, de la que no podemos dudar.

Mientras tanto, y no se sabe aún hasta cuando, los tres hospitales de Chimbote permanecen postrados en sala de emergencia.