Editorial

::: LA ODISEA DE EUGENIA :::

Una amiga nuestra, a quien vamos llamar solo por su primer nombre, Eugenia, decidió viajar a Trujillo para pasar el Día de la Madre al lado de su progenitora, y lo hizo en compañía de uno de sus menores hijos. En su intento por llegar a la ciudad norteña lo más rápido posible, Eugenia no tuvo el menor reparo en abordar uno de los autos piratas que pululan en las afueras del Terminal Terrestre.

Con la misma capacidad de persuasión que emplean los vendedores de sebo de culebra para engañar a los incautos, el “llenador” no tuvo problemas en persuadir a Eugenia de que más conveniente para ella era viajar en auto, asegurándole que iban a llegar a Trujillo en menos de hora y media, mucho “más rápido que el ómnibus”. Convencidos, nuestra amiga y su hijo ocuparon el asiento posterior del vehículo, pagando por adelantado 40 soles cada uno, el doble de lo que cuesta el pasaje en ómnibus. A esa hora, el reloj de Eugenia marcaba las 10.00 de la mañana, por lo que dedujo que estaría llegando a su destino a más tardar a las 11.30, perfecto, antes de la hora almuerzo. Alegre, llamó a sus familiares de Trujillo para pedirles que la esperen a esa hora.

Lo que Eugenia no esperaba fue que antes de llegar al túnel de Coishco, alguien llamó al celular del chofer para advertirle que en ese lugar y en ese preciso momento, se estaba realizando un operativo vehicular. De inmediato, el conductor detuvo el auto y sin tomarse la molestia de brindar mayores explicaciones pidió a Eugenia y su hijo, así como al ocupante del asiento delantero, que subieran a un auto tico que en ese momento se estacionó cerca de ellos. Por toda justificación, el chofer dijo que no estaba dispuesto a pagar ”ninguna cutra” a los policías, y aseguró a los pasajeros que iba a esperarlos al otro lado del túnel. Lo que en efecto, así sucedió.

Veinte minutos después, sin embargo, a la altura de Guadalupito, el auto tuvo que detenerse ante otro operativo. Da la casualidad que cada vez que los viajes interprovinciales se intensifican por causa de una celebración especial, esta clase de intervenciones policiales también se multiplican. En esta oportunidad, el vehículo tuvo que formar una larga cola a un costado de la pista. Luego, tras revisar un sobre manila con los documentos del chofer y disimulando no tener mayor interés, los policías le dijeron que podía continuar su viaje, no sin antes darle una amistosa palmadita en el hombro. Cuando Eugenia miró su reloj, ya eran las 11.00 de la mañana. Había transcurrido una hora desde que salieron de Chimbote.

Una hora después, cuando ya se encontraban en Virú, el chofer recibió otra llamada tras lo cual volvió a detener el auto. Ante la sorpresa de los pasajeros, y esta vez sin decir una sola palabra, el conductor no se dirigió al puente como debió hacerlo sino más bien optó por salir de la Panamericana en busca de una ruta alterna. Era evidente que estaba eludiendo otro operativo. Cierto. Después de vadear peligrosamente el lecho rocoso del río, el chofer condujo el vehículo por una trocha polvorienta, atravesando incontables chacras y cañaverales. Cuando por fin el auto retomó la Panamericana, ya era cerca de la 1.00 de la tarde. Alarmados, los familiares de Eugenia llamaron para preguntarle por qué demoraba tanto, no quedándole a nuestra amiga otra cosa que narrar lo que estaba sucediendo.

Cuando finalmente llegaron a Trujillo, después de tres horas y media, el chofer ni siquiera se disculpó por las peripecias que les había obligado a soportar y, en el colmo de las desfachatez, les pidió que más bien le agradezcan por haber llegado sanos y salvos.

Señores, la misma odisea de Eugenia la viven a diario decenas de pasajeros que, no entendemos por qué razón, abordan estos vehículos piratas. Se sabe que muchas personas tienen urgencia de viajar a Trujillo por haber sido referenciadas a hospitales de esa localidad. Esta situación expone a dicha gente a ser abandonada a medio camino cada vez que el vehículo sufre algún percance, sin derecho a reclamo alguno.

Desde comienzos de la presente semana, personal de la Policía Nacional viene realizando constantes operativos en inmediaciones del Terminal Terrestre, según se afirma, para erradicar estos vehículos de transporte informal. Pero según se puede ver, todo no pasa de un simulacro o un juego a las escondidas, que no tiene razón de ser. Al menos hasta la fecha no se sabe cuántos de estos vehículos han ido a parar al depósito porque tan pronto como los policías se retiran, otra vez aparecen por el terminal. Da la impresión que, efectivamente, cuentan con la protección “de alguien que está muy arriba”.

Siendo así, no tiene porqué llamarnos la atención que odiseas como la que ha vivido nuestra amiga Eugenia, sigan siendo pan de cada día.