Quienes llegan por primera vez a Rayán, uno de los caseríos que pertenecen al vecino distrito Cáceres del Perú (Jimbe), no dejan de expresar su admiración por el hermoso paisaje que aparece ante sus ojos. Literalmente incrustado en una de las estribaciones occidentales de la cordillera Negra, Rayán es uno de esos lugares privilegiados a los que se conoce como “balcón del cielo” ya que desde ahí se puede ver el mundo bajo los pies.
La naturaleza se ha encargado de dotar a Rayán de una tierra fértil para la agricultura y la ganadería, de la que viven sus habitantes. Gracias a estas bondades, este caserío es una de las principales despensas no solo de las poblaciones del valle de Nepeña sino también de Chimbote. Para resumir todas estas virtudes en una sola frase, solo nos queda decir que vivir en Rayan es una bendición de Dios.
De ninguna manera se puede negar que la naturaleza ha sido benigna con este hermoso caserío, pero lamentablemente no se pueda decir lo mismo de la calidad educativa que reciben sus alumnos. De los diecisiete estudiantes que cursan la secundaria en la institución educativa de este centro poblado, ninguno puede participar de las clases virtuales que imparte el ministerio de Educación porque simple y llanamente carecen de tablets y celulares Smartphone.
Cuatro de ellos, quienes tienen la suerte de poseer estos aparatos, tampoco pueden acceder normalmente a las clases debido a la falta de señal. Nadie se ha preocupado por colocar en esa zona al menos una antena receptora de este indispensable servicio. Para poder captar una señal, los alumnos tienen que caminar una o dos horas, cruzando riachuelos y trepando cerros, además de desafiar una serie de peligros.
Como si esto no fuera suficiente, las clases que los alumnos logran captar con tanto esfuerzo no son las esperadas, pues corresponden al periodo académico del año pasado. Increíble pero cierto. Esta imperdonable desactualización ha introducido en la mente de los estudiantes la idea de que de todas maneras van a aprobar el año escolar, ya sea con clases o sin ellas y asimismo ya sea con o sin evaluación. No sabemos si en estas condiciones se puede hablar de una calidad educativa por lo menos aceptable.
Pero Rayán no es el único lugar, ni de Ancash ni del país, donde miles de alumnos pasan por esta experiencia tan desagradable como desalentadora. Por un lado, ahora se entiende porque el servicio de internet tiene un carácter exclusivamente comercial y no social, menos educativo. Por lo demás, queda confirmado que la agenda de las autoridades del sector educación, ya sea de nivel nacional, regional o local, no contempla para nada la situación de alumnos como los de Rayán. Les da lo mismo que miles de alumnos de los rincones más alejados del país, vivan desconectados y en otra época.
A comienzos del presente año, estas mismas autoridades deslizaron la posibilidad de reiniciar las clases presenciales, descartando tendenciosamente la entrega de tablets a más estudiantes, sobre todo de lugares apartados e inaccesibles. Los hechos se han encargado de demostrar qué tan equivocados estuvieron y qué tan lejos de la realidad están aún.
Estimados señores, no es la distancia geográfica sino la distancia tecnológica lo que marca la diferencia entre una educación de calidad y una educación calamitosa.
Con éste ya van dos años de deficiencia educativa. Dos años a lo largo de los cuales una gran mayoría de alumnos, como los de Rayán, no reciben clases ni son evaluados satisfactoriamente. En tales condiciones, con el perdón de los alumnos, parece que estamos ante un inevitable desastre educativo.