Por: Juan Teruel Fernández
Aquella mañana los rayos solares penetraban por la puerta y ventana del precario salón, llevando luz y energía a los alumnos de la Promoción 58, quienes veían en la pizarra la exposición que hacia el profesor explicando los aspectos sintácticos y morfológicos de la lengua castellana. Conjugaba los verbos con tal facilidad y eficacia que el entendimiento gramátical era claro, porque Julio Orrillos Del Águila, profesor Decano de segunda enseñanza, era uno de los miembros del Staff de profesores que, conformó el Dr. Alberto García Fernández, Director del colegio Nacional San Pedro, para mantener el bien ganado prestigio del primer centro educacional chimbotano.
La inquietud estudiantil en sus inicios desconoce las cualidades en su valor intrínseco, de quien domina el arte y la técnica de conducir el aprendizaje, con precisión de conocimiento en la materia. Por ese motivo, en los imberbes adolescentes salían a relucir los defectos rudimentarios de la gramática que, el buen profesor en su razonamiento verbal, con la doctrina lógica del concepto y los procedimientos dialecticos de la definición y la inducción, nos corregía en voz, modo, tiempo, número y persona.
Cuando el conductor de la clase exponía en la pizarra el método para coordinar y unir las palabras, a fin de formar oraciones, mediante la sintaxis; sea regular, cuando el enlace es del modo más lógico o sencillo; o figurado, cuando se autoriza el uso de figuras de construcción, se notaba el cociente intelectual del alumno. Los inteligentes y estudiosos, entendían que la oración, un conjunto de palabras que expresan un concepto cabal. En cambio, para quienes no aceitaban la maquina cerebral con los estudios; la oración, era un rezo o plegaria al santo de su devoción a la hora del “paso” o el examen.
También “había” – pretérito imperfecto – o “hay” – presente de indicativo – quienes adolecían o adolecen de “ayuno” gramatical y siendo propicia la ocasión como ocurría en nuestro caso, sacaban su fiambre y de inmediato rumiaban su pan con camote o chicharrón prensado.
Empero, la tolerancia tiene sus limite y cuando rebaza trae sus consecuencias. Así, en mi promoción, aquella fecha un alumno con voluptuosidad de pavo, sentado tras la carpeta del discípulo que, después de cada mordisco guardaba un delicioso alfajor en su faltriquera, al no poder contenerse, con su manzana dio un zarpazo y arrancho lo que había de alfajor en ese bolsillo, luego, abriendo la boca desmesuradamente lo engullo, para darle a la molienda con un deleite propio de cardenal. como la reacción no se hizo esperar, perdieron los papeles y armaron un tinglado que, el profesor intervino resueltamente aduciendo: ¿qué sucede aquí?
¡nada profesor! Respondieron los litigantes que ya habían “chocado” para la salida
Al callar la falta, el maestro se indignó y reventó: quienes no quieren escuchar mi clase, tienen la puerta abierta, ya que están demás aquí. Ustedes: ¡a fuera! a comer al patio.
Energético y contundente en sus decisiones, el Profesor Orrillos era definitivo en sus correcciones disciplinarias. además, tenía un método muy exigente, obligando a sus discípulos a participar activamente en su curso. Después de una explicación, encaraba a los aleccionados con el propósito de averiguar si rendimiento y como en los “pasos”, esa actitud producía un silencio con cierto temor en el salón y, en el tiempo en que paseaba con su mirada recorriendo el ambiente, las caras preocupadas trataban de esconderse bajo la carpeta , pero, siempre suspicaz deducía que, quienes se escondían reflejaban el temor de la mediocridad, en tal razón había que sacarlos a la palestra .
Así centró a la vista en chocloro” Silva a quien le preguntó ¿conjúgueme el verbo PROVEER, en futuro perfecto del Modo Indicativo?
“Chocloro “se puso de pie y ante la difícil interrogante, su boca hizo un rictus de contorsión burlesca, alzo la mirada al techo y se quedó mirando la claraboya.
El maestro, dejando aquella estatua en trance, pasó la pregunta a Watanabe.
Watanabe, que ya hacia pinitos en la odontología , aludió :habré proveído o provisto, que habías proveído o provisto, iba bien encaminado pero, en el nominativo y femenino del pronombre personal de la primera persona en número plural, la inflexión de la variable le falló al salírsele la prótesis dental. En tal virtud, el examinador nominó a “Pichin”, Tordoya, prosiga la conjugación.
Tordoya, hecho un “Pichin” nada pudo machacar porque le faltaba la “muela de juicio”. Idem a la parrilla con el “Chinito” Ly y “Charapo” López; porque con papas fritas, el “Viejo” Conti, Lucho Del Solar y “Chivilo” Morales, se quedaron de pie mirando la claraboya del techo.
-¡Caramba! ¿Qué pasa?, expresó el protagonista de la clase, ¿A qué se debe este ayuno gramatical? Acotó con sorna. Y como a los más jovencitos había visto en lugares impropios para menores de 21 años, añadió con agudeza y epigramática: aquí hay alumnos que se parecen a los verbos, porque cuyo presente, es indicativo de un pasado imperfecto.
-¡Gulp! Sentimos la interrogante al ruborizarnos por la vergüenza.
Pero, como había llegado a la sevicia, siguió, a semejanza cuando nos disecaba el cerebro haciéndonos leer las cinco mil páginas del Quijote, a fin de preguntarnos capítulos por capitulo, las aventuras de tan famoso personaje que escribió Don Miguel de Cervantes y Saavedra.
El profesor volvió a recorrer su mirada, cuyas ondas sostenidas escudriñaban la mente y a muchos se les afloja el alma. Designó al “cojo” Moreno, que en contraste a su apellido era blanco y bien parecido. Moreno se levantó de la carpeta bailando la “jota” aragonesa, también era cantante pero, estudioso de pie juntillas escuchó la pregunta: ¿Conjugarme el verbo DESOSAR (DESHUESAR) en presente del modo indicativo? agudizando sus conocimientos, Moreno, respondió: yo deshueso, tu deshuesas, el deshuesas: nosotros deshuesamos, vosotros deshuesáis ellos deshuesan
Bien Moreno, tome asiento. En eso, la perspicacia del conductor de la clase capto a Guzmán Ovidio, desfasado de su curso. “Guzmán”, interrogó el profesor sembrándole la duda: ¿amor se escribe con hache o se acentúa?
Guzmán, que, hacia sus pinitos en electrónica, con un semiconductor de silicio, de cuyo sustrato podía fabricar varios circuitos integrados, capaces de memorizar o gestionar información, era un chip y, ante la sorprendente pregunta, reaccionó contestando como grabación en casetera:” este amor no, pero si se acentúa, hay que hacerlo más esdrújulamente, con acento agudo en la jota”.
El sólido maestro si no se sostiene de la carpeta se caía de espaldas, mientras el salón explotaba de risa.
Para felicidad de todos, el estridente sonido de la campanilla puso fin a la hora de clase produciendo un alivio en la salud de aquel floreciente huerto de adolescentes. Más aun, cuando el insigne pedagogo, llevado por el apremio de otras clases en su asignatura, hizo un ademan de despedida y se marchó ávido de infinito, cuando el oro del sol caía por el tragaluz, cruzó la claridad y tras ensombrecerla raudamente, como ave veloz a ras de tierra, desapareció al tiempo que alzamos la mirada para verlo.