Como bien lo afirma un viejo refrán, el golpe enseña. Cada situación de emergencia que ha ocurrido en Chimbote y en sus zonas aledañas a lo largo de su historia, han dejado no solo una larga secuela de angustia y destrucción. También han dejado a su paso una lluvia de enseñanzas y valiosas experiencias, las mismas que por desgracia no se saben aprovechar. Con cada desastre y con cada situación de emergencia, vemos que se repiten los mismos errores como resultado de la misma desidia y la misma indiferencia. Tiene que producirse el golpe para que recién se haga caso a las enseñanzas.
La información más lejana a cerca de estas experiencias de la que se tiene referencia, es acerca del fenómeno El Niño ocurrido el año 1925. Los antiguos chimbotanos que vivieron esta experiencia, solían narrar que las aguas del río Lacramarca llegaron hasta la zona de La Caleta siguiendo fielmente el curso de su desembocadura original. Todos coincidían en recordar que durante varias semanas, Chimbote estuvo convertido en una inmensa laguna. Como es de suponer, los charcos de agua atrajeron nubes de zancudos que desataron una epidemia de paludismo y que obligó a las autoridades sanitarias de Trujillo a realizar la primera gran fumigación en toda la ciudad. Esta medida, se dice, precedió a la instalación del recordado Centro Preventivo, antecesor del Hospital La Caleta, que funcionó en la tercera cuadra del jirón Leoncio Prado.
Las repeticiones más destructivas de este evento y que han quedado grabadas en patéticas fotografías del recuerdo, ocurrieron los años 1972, 1983 y recientemente el 2017; cada una de ellas dando muestras de la misma intensidad y con el mismo balance de daños y perjuicios. A pesar de todo, ninguna de estas lecciones que nos ha dado la naturaleza ha sido aprovechada como para decir que estamos prevenidos.
Lo sucedido con el puente Sechín, es un ejemplo. Tras el fenómeno del 2017, el ministerio de Transportes y Comunicaciones, Pro Vías y Aunor, la empresa concesionaria del cobro de peajes, iniciaron la construcción de esta necesaria y vital infraestructura. Pero al poco tiempo, sin brindar ninguna explicación, la obra fue paralizada. Para colmo, la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios tampoco realizó los trabajos de defensa ribereña, como era su obligación. Este descuido ha conllevado a que, como consecuencia de las intensas lluvias, el río Sechín se haya desbordado interrumpiendo el tránsito vehicular por la carretera Panamericana Norte. No obstante que el puente ha sido concluido y puesto en funcionamiento hace dos días, no por eso ha dejado de causar enorme malestar y cuantiosas pérdidas económicas. Si las cosas se hubieran hecho en forma oportuna, nada de esto hubiera sucedido.
Otra mala noticia tuvo lugar la madrugada del martes cuando una torre de alta tensión que pertenece al Sistema Interconectado del Norte se derrumbó y destruyó el acueducto que conduce las aguas del río Santa que irrigan la zona agrícola de la Campiña de Chimbote. Construido hace más de 150 años, esta histórica infraestructura no tenía porque terminar por los suelos. Todo parece indicar que la torre de alta tensión ha colapsado por falta de previsión y mantenimiento.
En este escenario, no deja de acudir a la mesa de debates la estrepitosa caída de la Cruz de la Paz, símbolo de la ciudad de Chimbote. Para los profesionales que conocen de resistencia de materiales, la cruz no tenía porqué merecer esa suerte. Después de todo solo contaba con treintaiséis años de existencia. Sin embargo, desde que su impulsor, monseñor Bambarén, dejó de ser obispo de Chimbote hace ya veinte años, el símbolo de la ciudad no fue objeto de ningún cuidado ni mantenimiento.
Estos hechos tienen en común la particularidad de ser una lección no aprendida. Las cosas no siempre suceden por casualidad ni por factores externos. Más de las veces suceden porque no sabemos aprovechar la lluvia de enseñanzas que nos da la naturaleza.