Editorial

::: PATÉTICA REALIDAD :::

El año pasado la Corte Superior de Justicia del Santa es una de la que más destacó en la labor jurisdiccional entre sus pares de todo el país, y, en medio de estos méritos, lo que se subrayó es que fue una de las primeras en haber dictado condenas de cadena perpetua a sádicos y violadores que atentaron contra la inocencia de niños y niñas.

Lamentablemente, ese escenario no ha variado este año y ni siquiera la pandemia del Covid 19 ha podido variar esta situación, por el contrario, los casos de violencia contra niños y mujeres se ha afianzado mucho más con el confinamiento al que los peruanos y gran parte del mundo ha sido sometido por la secuela de esta enfermedad.

Por el contrario, basta echar una mirada a los archivos periodísticos de las últimas semanas para corroborar lo que aquí decimos, inclusive, la última semana uno de los titulares que acaparó la atención en nuestro medio de comunicación fue la emisión de una tercera condena a cadena perpetua contra un degenerado que había violado nada menos que al hijo de su conviviente de apenas cuatro años de edad.

La condena de cárcel de por vida recaída contra José Luis García Anaya era la tercera que en su tipo había expedido el Juzgado Colegiado de la Corte del Santa, pues apenas una semana antes se habían dictado dos sentencias similares a dos sujetos que había  atentado contra el honor sexual de otros dos menores de edad, uno de ellos de apenas un año y 10 meses de edad.

De allí que la pregunta que se cae de madura es ¿que nos está pasando? ¿A cuánto ha llegado el deterioro moral de la sociedad peruana que podemos asistir a escenarios judiciales como este en el que se dictan tres sentencias de cadena perpetua en solo una semana? Lo más grave es que esta estadística no es la única tenebrosa que se ha registrado.

Echamos una mirada a los hechos policiales y judiciales registrados solo en la última semana que pasó y concluimos que estos es más grave de lo que pensamos y que la descomposición social es más delicada de lo que pensamos.

Sino veamos. El pasado martes 15 se dio cuenta de la medida de prisión que se dictó contra Christian Adhemir Sánchez, a quien un juez envió al penal de Cambio Puente en razón de  una denuncia por tocamientos indebidos contra una menor de 13 años de edad.

Al día siguiente, el miércoles 16 se informó de la condena a diez años de cárcel contra un discapacitado por haber incurrido también en tocamientos indebidos en agravio de una menor, y, ese mismo día, se dio cuenta de la medida de nueve meses de prisión dictada contra otro sujeto por violar a una menor de15 años de edad.

Tomás Vega Ibañez (39) fue capturado luego de ultrajar a la menor que había llegado a su negocio para solicitar le permitan cargar el teléfono celular de su madre y cuando esta información aun nos conmovía a los chimbotanos, se do cuenta un día después de la captura de un depravado sujeto que había violado a su propia hija de 12 años de edad y que este acto de perversión lo venía ejecutando desde hacía cinco años atrás, es decir, desde que la niña tenía solo siete años de edad.

Hace solo dos días un Juzgado Penal ha dictado en su contra 9 meses de prisión preventiva y le espera, probablemente, otra cadena perpetua como a los tres pervertidos sexuales que ya no tienen por qué contar los días en prisión porque se ha convertido en su casa de toda la vida.

Tal como ocurrió el año pasado, pese a la pandemia, este año podemos pasar horas escribiendo los horripilantes escenarios que han armado estos enfermos sexuales que han desgraciado la vida de cientos de menores, de niños y adolescentes que ni siquiera son desconocidos para ellos sino que formaban parte de su propio entorno familiar.

Queremos equivocarnos pero estamos más que convencidos que esta lista seguirá creciendo y alimentando las paginas policiales de la prensa local, de allí que habría que encargar a sociólogos y profesionales entendidos en psicología y educación para que expliquen qué es lo que está pasando en nuestra provincia, porque se perpetran atentados sexuales de este tipo cada día en mayor numero a pesar de las penas drásticas que se imponen.

Por lo menos, nos queda el consuelo saber que los magistrados de nuestra Corte mantienen su firmeza y rigurosidad frente a estos casos de maldecidos que se merecen más que una pena de por vida.