Opinión

TRISTE AMANECER

Por: MARIO FASANANDO CHUJANDAMA

ABOGADO

La rutina diaria del abogado es leer y escribir, y para ello fuimos forjados durante muchos años en los claustros universitarios.  Sin embargo, no nos enseñaron a escribir con el alma partida y el corazón destrozado. No es fácil improvisar el discurso adecuado, cuando de despedir a un amigo se trata; más aún, cuando su partida fue tan sorpresiva e inesperada. Pese a ello, aquí estoy, escribiendo estas líneas en la memoria de aquel compañero que llevaré conmigo hasta la eternidad.

Eran los últimos meses de 1989 y aún no terminaba mi carrera de Derecho, cuando llegué a trabajar en la 13° Fiscalía Superior Penal de Lima especializada en delitos de Terrorismo, ubicada en el piso siete de la torre más alta de Lima: el Centro Cívico.  Ahí conocí a un hermoso grupo de profesionales intelectuales, que trabajaba bajo la supervisión de un exigente jefe, un Fiscal Superior que buscaba la excelencia en cada uno de sus dictámenes. Ahí, dentro aquel grupo humano, conocí al entonces bachiller en derecho sanmarquino, Javier Roberto Peláez Olórtegui, quien a veces, no con tanta paciencia, me enseñó el ABC, de la legislación antiterrorista. Aún recuerdo aquella frase que me dijiste, mi querido Tito: “Siempre acuérdate de la triple ‘c’, claro, concreto y conciso”. “Este es el lema mi padre”, me decías.  Luego, te convertiste en el primer filtro que revisaba mis proyectos de dictamen, antes de presentarlos para la firma del jefe. Tu ayuda significó mucho en mi formación profesional y hoy no sabes cuánto te lo agradezco.

Fue pasando el tiempo, y llegaron los domingos de futbol en el Estadio Nacional, a donde acudíamos en grupo a ver jugar al SIPESA.  Acudía con nosotros un amigo tuyo, periodista y reportero del Diario de Chimbote, a quien con cariño le llamabas “Cachanga”, que venía a Lima exclusivamente a cubrir la noticia deportiva, la cual al día siguiente se convertiría en la primicia en todo Chimbote y el norte del país.  Fue entonces, cuando me enteré que tus padres tenían un periódico en Chimbote y; de allí, aquellos constantes apresuramientos para salir del trabajo, para despachar tinta y papel a Chimbote, pues, cargabas sobre tus hombros parte de la responsabilidad de la publicación del periódico del día siguiente.  Eso me hizo valorar mucho más tu apoyo en el trabajo, pues, pese a la responsabilidad que tenías fuera de este, jamás dejaste de extenderme tu mano amiga.

Tuve el privilegio de ser el único invitado, además de tu familia, a tu ceremonia de incorporación al Ilustre Colegio de Abogados de Lima, y esto me hizo saber el cariño y la consideración que me tenías, más aún cuando al finalizar la ceremonia me dijiste: “Somos Orué”. Es que tu familia te había preparado una recepción en tu departamento de Domingo Orué, en Miraflores, y me estabas invitando. Fue histórico aquel día, porque tuve la suerte de conocer a tus padres, don Wilfredo Peláez y doña Paula Olórtegui, y a tu hermano Pocho, quien luego se convirtió en un amigo y con quien en alguna oportunidad, concurrimos a la “Jarrita” a degustar aquella bebida de los dioses, inventada por los alemanes.

La historia se encargó de forjar una sincera amistad.  Y hoy me duele en el alma, querido Tito, saber que ya no estás entre nosotros. Duele saber que no ya habrá más historias por escribir. Pero debes también, saber que las historias que vivimos, tus enseñanzas y tus recuerdos siempre caminarán conmigo hasta la eternidad.

Amigo Tito, no tuve que pensar mucho para titular este artículo, dado que al amanecer del 2 de febrero de este año, me enteré de esta fatídica noticia que enlutó mi alma y corazón, pues, nuestro común amigo el “Chatín” Raúl, con lágrimas en los ojos, se encargó de hacerme saber la triste noticia. Pero, como dicen actores y actrices en el teatro, la función tiene que continuar.

Pues bien, aquel legado que dejó don Wilfredo Peláez, en la empresa que con tanto esfuerzo formó, deberá continuar por la senda del bien, en beneficio no solo de la comunidad Chimbotana, sino de todo el Perú. Sobre todo en la insoslayable labor de luchar contra la corrupción.  Que así sea querido amigo, y hoy, es el momento de reconocer tus desvelos y tus cansancios en pro de la libertad de expresión.

Hasta pronto, mi distinguido Tito.  Con la gracia de Dios todopoderoso, algún día nos volveremos a encontrar para gritar juntos, como diría el gran “Toño Vargas”, esa palabra bendita llamada gol.

DESCANZA EN PAZ MI QUERIDO AMIGO.