Editorial

::: SEGUIMOS SENTADOS EN UN BANCO DE ORO :::

Hacia el año 1880, después de recorrer a lomo de mula todo lo largo y ancho de Ancash,  Antonio Raimondi acuñó su famosa frase “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”. Naturalista de profesión, el sabio italiano no necesitó de mayores evidencias ni tampoco de análisis de laboratorio, que por esa época eran escasos, para confirmar en forma inequívoca la existencia de una inmensa riqueza minera a flor de tierra localizada en la zona de las cordilleras Negra y Blanca.

Después de 140 años  sus proféticas palabras no dejan de tener vigencia. El último fin de semana, a través de un boletín oficial publicado por el Ministerio de Energía y Minas, nos hemos  enterado con legítima satisfacción que Ancash acaba de ascender al primer lugar de la producción nacional de cobre, dejando en un segundo puesto a la región Arequipa que por más de  cincuenta años ocupó ese sitial.

Gracias a una producción de 400 mil toneladas del llamado metal rojo, que en este momento registra la mayor demanda mundial, Ancash se ha ganado el derecho a un canon de 763 millones de soles. Esto desde luego no es un regalo. Es una compensación a cambio de la generosidad de nuestros recursos naturales que también considera la exposición a los riesgos de salud ambiental que enfrentan los pueblos ancashinos como consecuencia de esta actividad.

La ley 27506, Ley del canon minero, establece que los dineros por este concepto deben invertirse con carácter prioritario en obras y servicios directamente relacionados con los sectores salud y educación, quedando encargados de tal responsabilidad los gobiernos regionales y las municipalidades tanto provinciales como distritales.

Pero tal y conforme podemos ver en más de una ocasión, esta inversión no aparece en su real dimensión y tampoco se traduce proporcionalmente en el bienestar con el que los pueblos ancashinos sueñan desde hace mucho tiempo.

Sin necesidad de acudir a más muestreos que aquellos que nos ofrece la pandemia, hemos quedado estupefactos ante el escenario calamitoso que ofrece nuestra infraestructura de salud. Hospitales colapsados, postas médicas en total abandono, carencia de equipamiento especializado, falta de medicamentos y ausencia de personal correctamente contratado, muestran el verdadero rostro del sufrido pueblo ancashino. El solo hecho de seguir figurando como una de las regiones en alerta extrema, lo dice todo.

Igualmente de doloroso es comprobar que algunas de las inversiones que se llevaron a cabo en nombre de la lucha contra la pandemia, no escaparon a las garras de la corrupción. Pues esta otra clase de pandemia, que azota a la región Ancash desde hace tanto tiempo, recrudece la necesidad de exigir una rendición de cuentas cada vez más frecuente y también más detallada respecto al uso del canon minero. El borrón y cuenta nueva es algo que no tenemos porqué seguir aceptando. Si no, recordemos el triste espectáculo que ofrecieron algunos ex presidentes regionales cuando tuvieron el descaro de viajar a Lima para pedir al gobierno central un “adelantito” a cuenta del canon del próximo año.

A diferencia de otras actividades económicas que se mantienen y se incrementan conforme pasa el tiempo, la minería es una riqueza con los años contados. Tan pronto como se agotan las reservas, todo termina y el canon corre la misma suerte.

En el mejor de los casos, es posible que la bonanza del cobre nos acompañe por lo menos durante los próximos cincuenta años. Eso obliga implícitamente a tener que elaborar desde ya un plan de inversiones con proyección a ese plazo. Un plan regional integrado, con proyectos que a su vez generen nuevas fuentes de trabajo a través de actividades sostenibles y no únicamente para salir del apuro.

Finalmente, si tenemos en cuenta que en el mercado internacional el precio del cobre se ha puesto hoy en día a la par con el precio del oro, volvemos a las palabras de Raimondi para concluir con lo siguiente: no importa si el banco es de oro o de cobre, lo que importa es que ya no existan mendigos.