Editorial

::: ÁNCASH ENFRENTA LA LUCHA SIN COMANDO NI COMANDANTE :::

En abril del año pasado, a medida que los efectos de la pandemia encendían las alarmas y desataban el pánico en todo el mundo, aquí en el Perú el gobierno central dispuso la creación de comandos covid-19 en todas las regiones del país. El objetivo era utilizar estrategias y experiencias basadas en la realidad de cada región para contener el avance de un enemigo que estaba ganado la batalla en todos los frentes. En otras palabras, era indiscutible aprovechar al máximo todos los recursos que estaban al alcance de nuestras manos.

Pero para  que esta estrategia pudiera rendir los resultados esperados, era  igualmente necesario que los miembros de cada comando regional hablen un mismo idioma, ya que  solo así iban a entenderse mejor.

A partir de esa premisa inobjetable, empezaron a establecerse  comandos covid en todas las regiones del país,  con la presencia de técnicos y especialistas con experiencia en estos menesteres y bajo el mando de un médico epidemiólogo o acreditado en una especialidad equivalente. Como era de suponer, a éste último le correspondía hacer las veces de comandante en el campo de batalla.

Desde este punto de vista, la opinión de los miembros del comando regional es considerado punto fijo en la lucha contra la pandemia. Tanto la elección como la adquisición y certificación de los equipos, servicios y medicamentos empleados en esta lucha, debe pasar por ese filtro, empezando por la contratación de personal calificado.

Estamos a escasos días de cumplir un año en esta lucha de nunca acabar y hasta el momento la región Ancash parece ser la única que está enfrentando esta batalla sin comando ni comandante.

La única referencia que se tiene sobre este particular, da cuenta que el comando covid de Ancash prácticamente nació muerto. A la hora de su instalación en las oficinas del campamento Vichay, el gobernador Juan Carlos Morillo asumió la desafortunada iniciativa  de sustituir la palabra comando por el de “escuadrón”, según él para evitar cualquier relación  con los seguidores de César Álvarez. Este anecdótico detalle, aparentemente sin importancia, bastó para traerse abajo la seriedad que debe inspirar todos los actos de un gobierno regional.

Se ha confirmado que el mal llamado escuadrón, solo se reunió en dos únicas oportunidades, con total ausentismo y sin llegar a ningún acuerdo valedero. En la práctica, fue el gobernador Juan Carlos Morillo, de profesión ingeniero civil,  quien asumió la comandancia general de la lucha contra  la epidemia, con todas las implicancias directas y colaterales que eso significa.

Desde ese aciago momento, fue él quien decidió qué se hacía y qué no. Por ejemplo, hasta hoy no ha quedado claro el por qué de la contratación de médicos cubanos, con todos los gastos pagados, pretendiendo hacer creer a la población ancashina que ahí estaba la solución del problema. Pues en lugar de levantar la moral de los médicos que se juegan  vida  en la primera línea de combate, tal desatino más bien sirvió para bajar la guardia.

Demás está recordar que la toma de similares decisiones terminó por confirmar que los ancashinos estábamos durmiendo con el enemigo. La construcción de ambientes y la compra de equipos para hospitales de Chimbote y Huaraz, con dinero de la pandemia, solo sirvió para aumentar los casos de corrupción y elevar aún más los índices de contagios y fallecimientos.

Si el comando Covid de Ancash hubiese logrado funcionar, es posible que a estas alturas estuviéramos enfrentado la pandemia en mejores condiciones y con mejores resultados.

Conducir la lucha contra este terrible mal, no es igual que dirigir un programa de reconstrucción de daños causados por desastres naturales. No. Los daños causados por el covid no se combaten con afanes de protagonismo ni poses para la foto.

Hasta ahora el Gobierno Regional de Ancash está recibiendo un importante presupuesto de parte del gobierno central para combatir la pandemia. Un informe del Ministerio de Economía y Finanzas  da cuenta que durante el 2020, esta cifra ascendió a  707 millones 390 mil 550 soles.

Para que la utilización de este importante presupuesto rinda los frutos que todos esperamos, es indispensable la opinión de expertos y no de improvisados.

La historia nos recuerda que una guerra sin comando y sin comandante, puede ser una guerra condenada al fracaso.