Editorial

::: SÁLVESE QUIEN PUEDA :::

Caso La Centralita:

Abel Ramírez Huayaney, uno de los cincuenta implicados  en el emblemático caso de corrupción La Centralita y quien fue chofer del ex presidente regional César Álvarez Aguilar, no ha logrado acogerse al beneficio jurídico de conclusión anticipada como solicitó por escrito a través de su abogado defensor. De haberlo conseguido, a estas alturas Ramírez Huayaney se hubiera convertido en colaborador eficaz, dispuesto a contar todo lo que sabe. A cambio de ello, el juzgado tendría reservada para él una pena de prisión suspendida. Pero para su mala suerte, la pena de más de diez años de prisión efectiva que el Ministerio Público ha solicitado para él, no permite este beneficio. Así lo establece el Código Procesal Penal.

No es ninguna norma escrita en el papel pero sí una costumbre profundamente enraizada el hecho de que una de las personas de mayor confianza que tiene todo gobernador regional, es su chofer. En muchos casos, éste llega a ser su mejor confidente. De ahí que, durante el tiempo que César Álvarez estuvo al frente del gobierno regional de Ancash, Abel Ramírez Huayaney se desempeñó no solamente como uno de sus servidores más cercanos y leales sino también fue una de las piezas claves de todo el engranaje de corrupción que montó el ahora encarcelado ex presidente regional. Muchas de las cosas que ni siquiera se conocían en las oficinas del gobierno regional, este fiel servidor las conocía a la perfección. Y no solo eso. Ha sabido mantenerlas en el mayor secreto.

En su declaración ante los miembros del Juzgado Nacional Anticorrupción que lo está procesando, Ramírez Huayaney ha reconocido que, efectivamente, por orden de César Álvarez Aguilar, era él quien en determinadas oportunidades recibía de manos de los contratistas el dinero de los diezmos que luego entregaba a su jefe o a las personas que éste le indicaba.

Abrumado por la contundencia de las pruebas que obran en su contra y apelando asimismo a su legítimo y comprensible derecho a la defensa, es posible que Ramírez Huayaney haya decidido finalmente contarlo todo. Como ser humano, también para él ha llegado el momento de quitarse de encima este lastre jamás imaginado, el mismo  que involucra por igual a justos y pecadores. Lamentablemente su decisión ha sido tardía y ahora tendrá que afrontar el proceso penal en la misma condición de sus demás coacusados. Cuando llueve, todos se mojan.

La misma suerte de Ramírez  Huayaney  amenaza  a otros implicados del caso La Centralita, con excepción de aquellos que sí han obtenido el beneficio de la conclusión anticipada. En razón de esta suerte de vendetta para no tener que pagar culpas ajenas, la defensa del ex presidente regional tiene el temor, con toda la razón del mundo, que su patrocinado termine acusado irónicamente por quienes se la jugaron por él.

Cuando muchos de estos implicados ya se sienten con la soga al cuello o no saben cómo escapar del barco que se hunde, no les queda otra cosa que decir: sálvese quien pueda.