Opinión

¿QUÉ ES EL SISTEMA?

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

En estos días de intensa campaña electoral, continuamente se escucha o se lee la palabra antisistema  (generalmente en boca de políticos, de empresarios conservadores, de miembros retrógrados de la Iglesia católica, y en la pluma de periodistas asalariados) cuando se quiere zaherir a quienes cuestionan a los candidatos del establishment, del statu quo, del sistema.

Pero, ¿qué es el sistema? A nuestro juicio, es una forma aberrante de ejercicio de la democracia que los dueños del poder y sus representantes políticos utilizan para conservar o aumentar sus riquezas. El sistema es un estado de cosas creado por el capitalismo puro y duro, en los países subdesarrollados. Es como un rosario con muchas cuentas. Veamos algunos aspectos de su funcionamiento en el Perú: el sistema se basa fundamentalmente en  una política económica extractiva y exportadora de nuestros recursos mineros y la sobreexplotación de los trabajadores. Cuando la  mano de obra cunde, el sistema obliga a nuestros “cholos baratos” a huir hacia  los países del Primer Mundo. Más de tres millones de peruanos viven en el extranjero y los  aviones continúan despegando con jóvenes y viejos que huyen de la pobreza. El sistema propicia que en el Perú mueran entre 30 y 40 niños por cada mil nacimientos. Desde hace décadas, decenas de niños fallecen  de frio cada año en las regiones más inhóspitas de los Andes. Siete mil infantes mueren anualmente por desamparo, enfermedades, anemia o desnutrición, es decir, por ser pobres. Cada año hay 25 mil pacientes nuevos de TBC. Dos tercios de trabajadores no tienen seguridad social y han tenido que acogerse, ellos y sus familias, al caritativo Servicio Integral de Salud. El sistema nos está demostrando que ha sido incapaz de crear  una infraestructura sanitaria para enfrentar la pandemia que está matando y agobiando mentalmente a los peruanos.

Es más, el  sistema  ha obligado a  miles de desempleados a practicar diversas  lacras sociales o a delinquir; les repite que uno no es nadie si no tiene dinero; que se debe tener un  chalet de tres pisos, dos automóviles y ropa de marca para ser alguien. El sistema enseña que para tener éxito debes carecer de escrúpulos, ser  hipócrita y corrupto. Te amaestra para el egoísmo y la avaricia. Si eres humilde, bondadoso y solidario, eres tonto o loco. Con leyes hechas a su medida y avaladas por la Constitución fujimontesinista, los criminales y los corruptos  tienen las llaves de las cárceles. En  el sistema los políticos delincuentes son privilegiados. Las sanciones punitivas para ellos son la excepción de la regla; la regla es la impunidad. Todos los gobiernos neoliberales peruanos  han sido corruptos y genocidas. El pueblo contempla estupefacto el esperpento de ver cómo estos criminales se escurren del banquillo de acusados porque han infiltrado los soportes del sistema (Tribunal Constitucional, Poder Judicial, Fiscalía General, Congreso, Contraloría…) con gente de su misma calaña.

Los políticos que sustentan el sistema que les enriquece, se alarman cuando el pueblo reclama sus derechos. El politicastro profesional y su prensa  mercenaria practican  ante la opinión pública el arte de la mentira y la confusión para estigmatizar a los manifestantes. Los dirigentes gremiales, los miembros de las comunidades  campesinas, los nativos de nuestra selva, los luchadores sociales, los activistas de las ONG y los curas de base implicados en las protestas, son acusados de antisistemas, terroristas, antipatriotas, conspiradores internacionales, comunistas, resentidos sociales, etc., cuando en realidad lo único que intentan  estas buenas gentes es obtener un poco más de  pan para los pobres y no sólo  migajas, aún a costa de perder sus vidas. O  que se respeten sus cultivos, sus recursos naturales, su  hábitat, su modo de vida o sus tradiciones. Estos contestatarios  nos señalan lo absurdo del sistema.

Hay dos  estribillos manoseados y falaces proferidos por quienes han amasado su fortuna con la corrupción: “Siempre habrá ricos y pobres” y “Así es la vida”. Suelen esgrimir estas frases  interesadamente como una suerte de fatalidad, cuando quieren justificar y conservar el sistema inicuo que ha causado millones de pobres y miserables en todo el planeta. Es verdad que la pobreza y la riqueza nos han acompañado desde el principio de la Humanidad, pero no es menos cierto que esta situación se origina por el afán de lucro, la incompetencia, la corrupción de los políticos, la avaricia de los empresarios, de los burócratas estatales, regionales o provinciales, etc. En realidad, la  pobreza, la miseria y la desigualdad no son fatalidades. No son causadas por la quimérica Divina Providencia; son originadas por inescrupulosos ávidos de riquezas. En la segunda década del siglo XXI, la ciencia ha conseguido evitar o curar miles de enfermedades, y la tecnología aplicada a la agro pecuaria han demostrado que el conocimiento humano puede producir los bienes suficientes para acabar con el hambre en la Tierra. Entonces ¿porque existe tanta desigualdad en la mayoría de países del mundo? Porque en esas naciones se ha instalado un sistema socio-económico-político que beneficia solo a los que más poseen. Hemos leído por allí, que la pandemia ha incrementado en 40% la fortuna de las 20 personas más ricas del planeta (17 de ellos, norteamericanos), mientras que las economías de la clase media y de los pobres se ha contraído alarmantemente, convirtiendo a unos en pobres y a otros en miserables.

El sistema es perverso y antidemocrático  porque los dueños del poder y los politicastros lo han tomado al asalto para convertirlo en su búnker. Sólo admiten a los antisistemas y progresistas en el juego electoral si éstos conservan  su complejo de inferioridad, si se comportan como invitados y respetan  las reglas del juego. Porque la derecha, defensora del sistema, se siente por naturaleza el amo del campo, de la pelota y del árbitro. Los políticos defensores del sistema conciertan con los grupos económicos para obtener la financiación de  sus campañas electorales, y se acercan con argucias al pobre y al ignorante para sacarle el voto. Si los políticos corruptos se sienten  a gusto en el sistema, ¿debemos  aceptar como fatalidad o como una broma del destino que el pueblo los premie con su voto?

En fin, solo los interesados en que este estado de cosas se perpetúe tienen fe en este sistema engendrado por el capitalismo. Nosotros creemos en la  verdadera  democracia, en la igualdad, en la solidaridad y en la esperanza.