Editorial

::: TENEMOS UNA DEUDA CON NADIA DE MUNARI :::

Muy aparte de la sanción penal que tendrá que aplicar la mano de la justicia, el horrendo crimen de la misionera italiana Nadia de Munari, conductora de la casa refugio Mamma Mía, ha terminado por conducirnos a una necesaria y serena reflexión. Venir desde el otro lado del mundo para brindar ayuda humanitaria a los más necesitados y morir de la manera más cruel precisamente a manos de alguien que se benefició con esa ayuda, es algo que solamente cabe en el terreno de lo absurdo. Pero no por eso  la lección de amor al prójimo que supo cultivar Nadia de Munari puede caer en el vacío, menos en el olvido.

En sus primeras declaraciones ante la policía, el asesino ha relatado paso a paso y con total frialdad la forma cómo acabó con la vida de la misionera. Si, como lo ha reconocido, el móvil del  crimen fue el robo de un celular, el hecho de atacar a su víctima con feroces golpes de martillo en la cabeza a pesar de verla completamente indefensa e inconsciente, dice mucho del ensañamiento  por el que se dejó llevar. Además ¿por qué antes de salir de su casa, se aseguró de llevar el martillo dentro de su mochila?.

Durante un buen tiempo, igual que muchos residentes de la zona, el asesino fue beneficiario de la ayuda que otorga la casa refugio Mamma Mía, ello a través de alojamiento, comida, ropa y medicinas. Conocía perfectamente el lugar y a las personas que lo atendían, por eso, al verse descubierto, no tuvo piedad en acabar con la vida de su benefactora para evitar que lo delate.

Será la justicia la que se encargue de determinar el grado de responsabilidad y por consiguiente la magnitud de la pena a la que se ha hecho acreedor el asesino. Mientras tanto bien cabe traer a nuestra memoria aquella frase de Confucio “cuando veas a un hombre bueno trata de imitarlo pero cuando veas a un hombre malo examínate a ti mismo”. La muerte de Nadia de Munari tiene que ser un llamado a nuestra sociedad para recuperar y fortalecer valores perdidos. No es cierto aquello de que la vida no vale nada. Al contrario, la vida lo es todo.

Quiérase o no, el crimen de la misionera va a repercutir negativamente no solo en la comunidad internacional, que ya expresó su total condena, sino también en el ánimo de otras organizaciones de ayuda humanitaria, que tanto servicio prestan a miles de familias de escasos recursos.

Sinceramente no creemos que sea mucho pedir si proponemos que alguna municipalidad conceda un reconocimiento póstumo a Nadia de Munari en nombre de Chimbote y Nuevo Chimbote. Nada ni nadie va a resarcir el daño irreparable del que ella ha sido víctima, pero se trata de una deuda que como sociedad tenemos con ella y con su legado. Alguna posta médica, un centro educativo, un parque o una calle podrían llevar a mucho orgullo el nombre de esta heroína social. De ninguna manera podemos ser ingratos con ella.