Opinión

LA INDEPENDENCIA Y LA PROMESA DE LA VIDA PERUANA

¿Qué celebrar? Una mirada crítica al Bicentenario

Por: CÉSAR FÉLIX SÁNCHEZ (*)

Primera parte

Antes de intentar una valoración del proceso independentista y de la oportunidad de celebrar su bicentenario, es menester revisar críticamente las justificaciones historiográficas canónicas que ha tenido en el Perú, país donde el proceso se consumó finalmente entre 1824 y 1825.

En primer lugar, destaca la interpretación de Jorge Basadre, en su ensayo clásico La promesa de la vida peruana. Allí, el gran historiador peruano sostiene que, detrás de la gesta separatista, se encontraba un «elemento psicológico sutil», al que él llama la «promesa», una especie de noble ideal de un mundo mejor:

Los americanos se lanzaron a la osada aventura de la Independencia no sólo en nombre de reivindicaciones humanas menudas (…). Hubo en ellos también algo así como una angustia metafísica que se resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo (…) [La república se fundó] [p]ara cumplir la promesa que en ella se simbolizó. (…) Esa esperanza, esa promesa, se concretó dentro de un ideal de superación individual y colectiva que debía ser obtenido por el desarrollo integral de[l] (…) país, la explotación de sus riquezas, la defensa y acrecentamiento de su población, la creación de un «mínimun» de bienestar para cada ciudadano y de oportunidades adecuadas para ellos(1).

Más allá de la preguntas evidentes que surgen ante la «promesa» –como, por ejemplo, si el ideal de defensa de una vida colectiva mejor no era también abrazado, quizá con mayor sustento, por los anti-independentistas, o si quince años de guerra y destrucción inéditas, que significaron toda clase de perjuicios para el Perú, en particular, se justificaban por ese «elemento sicológico sutil»–, habría que preguntarse si en verdad la república la satisfizo o siquiera se acercó un poco a hacerlo.

Y la cruel paradoja es que Basadre es, nada más ni nada menos, el notario trágico del incumplimiento de esa promesa, en cuanto historiador de la república peruana. En lo que respecta al acrecentamiento y defensa de la población, el primer siglo del Perú independiente atestiguó la mayor mutilación territorial violenta de nuestra historia, que Basadre vivió en carne propia como tacneño en medio de la opresiva e ilegal ocupación chilena. En lo que respecta a la superación colectiva y al mínimum de bienestar, el mismo Basadre se ve obligado a comprobar que las comunidades campesinas, que hasta hace no mucho constituían el núcleo demográfico del Perú, fueron casi destruidas por la nueva institucionalidad, en un grado inédito, inimaginable en el periodo virreinal(2).

Basadre pretendía que esa «promesa», con el prestigio que en su época y ante su audiencia le podía dar su origen en las gestas emancipadoras, sirviera como un ideal que iluminase al Perú de fines de la década de 1950 y 1960 y lo encaminase a un camino desarrollista pacífico, alejado tanto de la demagogia revolucionaria como del supuesto inmovilismo de las «élites». En ese sentido, echó mano a un recurso muy frecuente de los intelectuales en el Perú, utilizar la historia, muchas veces de manera mítica, para «iluminar» las urgencias de la praxis política actual, en algunas ocasiones con la mejor de las intenciones; en otras, no tanto. En nuestro país, la noble mentira socrática ha sido casi siempre histórica.

Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana y otros ensayos, Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1958, pp. 15-16

«[O]currió, sin embargo, un proceso que los hombres que consumaron la Independencia no habían sospechado. […] A la unidad comunitaria aborigen siguió la pluralidad de parcelas por la división de las tierras y tras ella vino la unidad del latifundio. El nuevo régimen de la tierra no benefició a los campesinos pobres sino a los poseedores del dinero o del poder político o social» (Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, Tomo XI, Editorial Universitaria, Lima, 1983, pp. 257-258). El tributo indígena fue rápidamente restablecido apenas acabada la guerra y se prolongó, en el caso del Perú, hasta mediados de la década de 1850. Incluso el servicio personal indígena, gran acusación contra el régimen hispánico en el Perú aunque ya abolido por la constitución de Cádiz, fue amparado y expandido, bajo la forma de la irrestricta libertad de las partes para contratar, en el Código Civil liberal de 1852 (op. cit., p. 258).

(*) Publicado en El Montonero (www.elmontonero.pe)