Editorial

::: EL FIN DE UN GENOCIDA :::

Hace 30 años, el 9 de agosto de 1991, los jóvenes sacerdotes polacos Miguel Tomazeck y Zbigniew Strzalkowski, párrocos del vecino distrito de Pariacoto, fueron cruelmente asesinados de varios balazos en la cabeza por un comando armado del grupo terrorista Sendero Luminoso. Quince días después, a manos de los mismos verdugos, igual suerte corrió el párroco de Santa, el religioso italiano Sandro Dordi. En ambos casos, la causa fue la misma. Los religiosos se negaban a incluir en sus homilías frases e ideas alusivas al terrorismo y la lucha armada, razón por la cual Sendero Luminoso sacó pecho adjudicándose ambos asesinatos.

Detrás de ésta y de otras incontables masacres que ensangrentaron al Perú durante dos largas décadas causando más de 60 mil muertes inocentes, se hallaba la siniestra figura del jefe de Sendero Luminoso Abimael Guzmán Reynoso, quien era idolatrado por sus fanáticos  seguidores con el apelativo tristemente célebre de Presidente Gonzalo.

El sábado último,  en la celda que ocupaba en la Base Naval del Callao, Abimael Guzmán Reynoso, el más grande genocida que ha tenido el Perú, fue encontrado muerto víctima al parecer de una enfermedad pulmonar. Había cumplido 86 años de edad.

Ninguna otra mala experiencia de las tantas que ha padecido el Perú, incluyendo las guerras con países vecinos, han ocasionado tanto dolor y tanta destrucción como la que causaron a lo largo y ancho del país las hordas asesinas dirigidas desde la clandestinidad por Abimael Guzmán Reynoso. Con toda seguridad ésta ha sido la peor desgracia nacional. Durante todos esos años, el Perú estuvo prácticamente a merced de un sicópata que alardeaba de cada uno de sus atentados y matanzas. No contento con eso, celebraba cada matanza bailando con sus secuaces y emborrachándose con whisky de la mejor calidad.

Sin embargo en el momento de su captura, el 12 de septiembre de 1992, el sanguinario jefe de Sendero Luminoso mostró la otra cara de su realidad. Cobardemente imploró a sus captores que no disparen  argumentando que “nosotros no estamos armados”.

Mientras ha estado en vida, Guzmán Reynoso jamás dio  una muestra de arrepentimiento. Al contrario, se veía que disfrutaba con la muerte y el daño que causaba al país. En cada una de las  diligencias judiciales donde compareció antes de ser sentenciado a cadena perpetua, el jefe de Sendero Luminoso y sus más estrechos seguidores no perdían la oportunidad para lucirse ante la prensa, dando vivas a la lucha armada, siempre con el puño en alto.

A mediados de 1989 el DIARIO DE CHIMBOTE también recibió la visita de un comando armado de Sendero Luminoso en el antiguo local de la primera cuadra del jirón Elías Aguirre. Para intimidarnos hizo explotar una bomba que afectó el vehículo de uno de los miembros de la familia del diario para luego desparramar panfletos invocando la lucha armada.

Tras la muerte de Abimael Guzmán Reynoso, la pregunta que flota en el ambiente es ¿cuál será la suerte de Sendero Luminoso?. Por lo pronto se sabe que el grupo terrorista ha optado por ponerse el disfraz de organizaciones gremiales, particularmente ligadas al sector magisterial, Pues ahí donde el caldo de cultivo tiene un efecto político multiplicador. Se habla incluso que esta estrategia cuenta con el patrocinio de connotados miembros del actual gobierno, lo que no deja de causar honda preocupación.

En medio de este escenario, nadie sabe a ciencia cierta si la muerte de Guzmán Reynoso pondrá fin a esta etapa de tragedia nacional. Lo que sí sabemos es que el Perú desea fervientemente es que esta descracia no repita jamás.