Opinión

EL HACHÍS, LOS MOROS Y LOS CRISTIANOS

Por : Miguel Rodríguez Liñan (*)

Aunque decir tiempos convulsos es pleonasmo, puesto que todos, desde siempre, lo son, voy a contar lo que sé de la historia del hachís y la etimología de la palabra «asesino» según las informaciones que da Charles Baudelaire en su libro titulado Les paradis artificiels. Para comenzar, sepamos de una vez que, actualmente, el mejor hachís, el más codiciado por los adeptos de esta droga, viene de Afganistán, país pétreo impregnado sin embargo con el bálsamo del Profeta Muhamad.

      ¿Qué es el hachís? La palabra árabe original hâchich (yerba) fue galicada, afrancesada, y se transformó en haschisch –una transcripción fonética. Haschischin es la etimología original de la palabra asesino, hachchâchi en árabe, que quiere decir, simplemente, consumidor de hachís o cáñamo indio.

   En tiempos del Viejo de la Montaña, este vocablo no era brutal ni peyorativo; era un adjetivo más, como goloso por ejemplo. El Viejo de la Montaña, hombre de mucho poder, disponía de un ejército de fanáticos religiosos, discípulos a la vez y de pronto esclavos, a quienes embriagaba con hachís para hacerles creer, a esos ingenuos, que podían de tal manera acceder al paraíso de Allah. Según algunos investigadores, esta secta de los haschischins tenía su equivalente en el mundo cristiano, en el sentido de guerreros y fanáticos religiosos: los célebres Caballeros de la Orden del Templo, también conocidos como los templarios, orden que se hacía llamar «la milicia de Cristo », o también « los soldados de Cristo », que participaron en las cruzadas y que llegaron a tener mucho poder, antes de ser aniquilados por orden de Felipe el Bello (Philippe le Bel) en 1306. La sumisión de estos haschischins al Viejo de la Montaña era completa. Y, ya lo dije, haschischin quiere decir consumidor de hachís: cannabis indica: cáñamo indo, planta perteneciente a la familia de las urticáceas: de la mariguana; pero con propiedades distintas.

      El hachís es conocido desde la antigüedad y utlizado como substancia excitante por los pueblos orientales. Actúa sobre ciertos centros nerviosos y puede provocar alucinaciones de tipo erótico. En general, se fuma mezclada con tabaco, aunque también puede consumirse en estado puro, con unas pipitas especiales. Decía también que el mejor, es decir, el que posee mayor poder de embriaguez y delirio, viene de Afganistán. Antes, en los tiempos del misterioso Viejo de la Montaña, el más solicitado provenía de Bengala; el cáñamo de Egipto, de Constantinopla (Estambul), de Persia o de Argelia, era de calidad inferior. En la India se llamaba bangie; en Africa, teriaki; en Arabia, madjourd. Para obtener la substancia o resina, al estilo árabe, se hierven a fuego fuerte las extremidades del cáñamo fresco con mantequilla y un poco de agua de manantial. Después de la evaporación, se obtiene una pomada verdosa, de olor amargo y rancio, a la que se agrega, para atenuarlo, azúcar, canela y almizcle.

Consciente de la repercusión, del impacto violento en el problema del racismo en Francia, el presidente Jacques Chirac dijo en su primer discurso sobre el ataque a Nueva York y Washington, ataque que concierne a todo el Occidente católico y protestante, que era preciso hacer la diferencia. ¿Qué diferencia? Diferenciar, dijo Chirac, a ese grupo de fanáticos tan semejantes a los drogadictos que manejaba a su antojo el Viejo de la Montaña, separándolos del mundo musulmán, del resto de los árabes.

      En lo personal, no me olvido que cuando era Primer Ministro, en 1986, Chirac promulgó una ley que, sin ser de tipo racista, perjudicaba seriamente a ciertos individuos de ciertos países extranjeros. En todo caso, aquí en Francia el racismo confluye hacia aquellos que, con buena dosis de error y bastante desprecio, se conocen como « los árabes », aunque sean ciudadanos franceses, y contra los norafricanos de origen en especial… Supongo que ciertos franceses no habrán olvidado, aunque podría ser, ya que en estos casos la memoria es corta o deficiente, que durante la guerra de Argelia el ejército galo eliminó 50 mil moros en un solo ataque y se acabó la guerra.

Estuve ayer esperando el Metro en Réformés-Canebière. Un viejito árabe con turbante, chilaba, barba, probablemente argelino o marroquí, fue entrevistado al vuelo por la televisión local para que diera su opinión sobre el ataque a Nueva York y Washington. Dijo el viejito: « Si los Estados Unidos agreden a los demás, es normal que los demás los agredan a ellos. » Los curiosos se retiraron. El viejo fue mirado por muchos con desagrado, con miedo, con asco, con toda la tozudez cavernícola del racismo; también yo tuve que evitarlo para que no me mirasen con repugnancia. Es que aquí, en Marsella, uno se topa en todas las esquinas con un norafricano, de unos cincuenta o sesenta años, delgado y con barba. En el Metro y en la Place Jules Guesde hay decenas, centenas de Ben Ladens, físicamente hablando. Me contaron también que el día del ataque, en la discoteca Flamingo donde solemos reunirnos para salsear, y donde uno de los profesores es marroquí, al inicio de la soirée aguada por el derrumbe de las torres gemelas, alguien, un ignorante, gritó: « ¡Atacan los árabes! ¡Los árabes deben estar contentos! ¡Orgullosos! » Cuando uno de estos tipos dice árabe, entiéndase: el mal radical: el mal cósmico: el Diablo. Y es que este conflicto no es reciente sino secular y casi tan viejo como la historia de la humanidad. No olvidemos al respecto que la tribu de Moab y los moabitas, de los que serían después los árabes, es una de las Doce tribus de Israel. Vale decir que judeocristianos y musulmanes son primos hermanos; peor aún: hermanos enemigos: Caín y Abel.

Los haschischins o Asesinos eran, pues, guerreros fanáticos que profesaban obediencia absoluta al Viejo de la Montaña: un guía espiritual, maestro, gurú o semidiós. Eran capaces de todo, así como estos modernos locos de Dios que, para ir directamente al Jardín de Delicias que promete el Al Curán, no dudaron en entrar a sangre, carne y fuego, tripulando perisodáctilos de aluminio llenos de víctimas propiciatorias, en los altos pasteles verticales y derretibles del Trade World Center. Ebrios de Dios o de hachís, estaban fuera de sí con toda seguridad, de pronto en éxtasis. Tal vez, luego de recitar mentalmente versículos del Al Curán (« Y encontrarás seguramente que los peores enemigos de los creyentes (en Allah) son los judíos y los paganos. Y encontrarás seguramente que aquellos que, por el amor, son más próximos de los creyentes (musulmanes), son esos que dicen: “En verdad, somos cristianos.” Y esto es porque hay entre ellos sacerdotes y monjes, y porque no son orgullosos. », Corán, sura 5, 85), ingurgitaron dawamesk, especie de mermelada a base de hachís endulzada con vainilla y canela. Sepamos que el dawamesk afecta en particular a los individuos de temperamento frágil, de fácil susceptibilidad nerviosa. En Constantinopla (Estambul, la ciudad de Constantino), en Argelia y en Francia, como ya dijimos, el hachís se fuma mezclado con tabaco. Ya no es la pomada alucinógena que enloquecía a los esbirros del Viejo de la Montaña. El efecto es moderado; provoca el sueño, la ensoñación, la pereza, la sensualidad, el delirio suave. El « chocolate », como se le llama, es básicamente soporífero pero puede utilizarse también para dar sensaciones especiales al acto amoroso. Para mí, es de tipo lenitivo-somnífero, y así lo utilizo cuando encuentro de buena calidad y tengo problemas de angustia o insomnio.

      Pero los aficionados siguen apreciando el chocolate afgano, porque es el el mejor. Debe ser un cáñamo especial que viene, ignorando épocas y edades, desde los tiempos del misterioso y fascinante Viejo de la Montaña, aunque no es el mismo. Aquel hachís –según Baudelaire– poseía extrañas propiedades. Ingurgitándolo, se podía obtener de lo nauseabundo un agrado extremado, idéntico (me imagino) al delirio de la heroína o de la morfina, cuando hasta vomitar parece bello y gustoso, o cuando lo más asqueroso puede ser elevado al rango del placer más sibarita. Lo más denigrante puede ser sentido como algo noble, con rasgos de sublimidad; el dolor físico es una delicia; la muerte, delicia de delicias. He conocido muy bien los efectos mágicos de la morfina durantes los meses duros que pasé en un hospital. Recuerdo que en esos tiempos de postración y miseria física totales, mi única razón de ser consistía en esperar mi dosis cotidiana de medianoche, que me liberaba en parte del dolor físico y de mí mismo.

Diré para finalizar, parafraseando a Borges, que esta historia de moros y cristianos empieza en el cielo, donde Sarah, judía, le sigue haciendo mala cara a la esclava árabe que Abraham poseyó para engendrar a Isaac. Pienso también en un libro del filósofo alemán Oswald Spengler: La decadencia de Occidente; y en las palabras de Henry Miller cuando describe sin pelos en la lengua al actual imperio; porque sigo pensando en aquel 11 de setiembre, en aquellas torres de cera babilónica, en esa melcocha de escombros, vidrio, acero y retazos de cadáveres, de hoy en adelante convertidas en recuerdo, en nada, del World Trade Center de Nueva York.

Marsella, octubre del 2001

(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.