Opinión

LOS EXÁMENES FINALES EN MI ÉPOCA DE ESTUDIANTE AÑOS 50

POR: JUAN TERRUEL F.

Parodiando la revelación del plagio de la Tesis conjunta que presentaron Pedro Castillo y su esposa, ambos maestros, para obtener el Título de Magistrados en la Universidad César Vallejo en el año 2012, es el adorno de la torta que terminan de coronar la indignación ciudadana con este gobierno tener a un copión, según informa un programa periodístico de reconocido prestigio en la Presidencia de la República es una afrenta a la honradez, no solo de los estudiantes que se esfuerzan por sacar buenas notas y graduarse limpiamente, sino a la buena fe de los peruanos.

Pero, el Presidente con una sonrisa le echa la culpa a los periodistas, porque él no tiene culpa de nada.

Voy a relatar cómo eran los exámenes finales en mi época de estudiante en los años 50, en el Colegio Nacional San Pedro.

El Doctor Alberto García Fernández, Director del plantel antes de empezar la evaluación correspondiente en el patio del colegio encaraba al alumnado manifestando:

Queridos alumnos: de la honradez y esfuerzo en sus estudios dependerá sus notas, a quienes salgan airosos en estas pruebas finales, les felicito sinceramente y les deseo unas felices vacaciones recomendándoles que los triunfos adquiridos os sirvan de estímulo para conquistar nuevos lauros en el próximo año escolar y a los que den un traspié en la final de esta jornada debo decirles que la derrota sufrida no los haga perder la fe, que vuelvan a las aulas Sampedranas con la firme convicción de triunfar teniendo en cuenta que a cada día tormentoso sucede siempre un día de sol radiante y esplendoroso.

Tras aquellas palabras se disponía de todo el rol de exámenes escrito y oral – día y hora para los alumnos de las diferentes secciones de primero a quinto de secundaria.

EL EXAMEN ESCRITO

Consistía en que los alumnos debían demostrar escribiendo en un cuestionario lo que habían aprendido durante los nueve meses de estudios.

En la fecha y hora fijada, los alumnos de cada año, de acuerdo a las disposiciones del Regente, Sub oficial Ambrosio Tamario designaba el salón correspondiente para la evaluación final.

El alumno debía ingresar correspondientemente uniformado con borrador y lápiz, a fin de acomodarlo carpeta por carpeta. Cuando se trataba de los cursos más difíciles o llámese: matemática, física o castellano, el Sub Oficial Tamariz que a su vez era el instructor premilitar, muy estricto en sus funciones, se informaba con el profesor del curso, quienes conformaban el elenco más estudioso, a fin de separarlos y enviarlos a otro salón.

Porque de lo contrario los que tenían la mente en blanco se los disputaban como a cocinero sin hijos, aferrándose a los estudiosos por la cintura. En tal razón, el I.P.M. como brequero de tren para desacoplarlos actuaba con el pie derecho dándoles una patada en la nalga izquierda, porque la derecha quedaba para el Brigadier General que era un excelente zurdo.

Una vez instalados en el salón correspondiente ingresaba al salón el profesor trayendo las pruebas, las cuales repartía alumno por alumno, apoyaba al profesor en la vigilancia un auxiliar inspector, a la hora señalada el jefe de curso evaluara ordenaba el inicio del certamen, recomendando pongan bien claro sus nombres, los más nerviosos en vez de poner sus nombres, ponían la fecha de su nacimiento.

En ese ambiente tenso, cada quien actuaba por sí solo “El Olvidadizo” en un momento dado con mucha audacia de la secretera de su pantalón sacaba su papelito en el cual había escrito gran parte del curso en letras menudas, otro de la corbata del uniforme extraía su microfilm.

El “lobo” quien podía perder el pelo, pero no las mañas, simplemente colocaba unos garabatos como página complementaria que traducía su taquigrafía.

En el tiempo que el Inspector hacia su recorrido por el pasadizo de las carpetas en su atención de vigilancia los alumnos ante el paso del velador por su lado ponían el rostro de los más celebres pensantes, pero en cuanto el cuidador proseguía su marcha dándoles la espalda, desesperados volvían con sus ojos salidos al papelito, porque sin papel hacían un papelón en los exámenes.

En cambio los estudiosos resolvían su prueba pregunta por pregunta, si había algo difícil lo encaraban a la final.

Así las cosas, en esas pruebas indagatoria de cursos problemáticos como las ciencias, el aula era para alumnos, como el padecer de las penas en el purgatorio, un grito sepulcral significaba la presencia del diablo aunque aquella alma encontradas infraganti, traduciendo la Biblia sin haberse recibido de Santo. Así que anulada su prueba; el santo oficio, lo condenaba al infierno, enviándole al que dirige la barra entre las llamas.

Esto ocurría a quienes, en momento de zozobra, la desesperación los hacia cometer errores y por su audacia pagaba su falta al ser descubiertos.

Casos diferentes se manifestaban cuando contados estudiantes iban al colegio solo por cumplir, pero se contagiaban frente al ayuno gramatical en la prueba del examen, sufrían como todos, un hambre atroz por la sabiduría, en tal razón retornaban a la familia de los omitidos, porque oran grandezas, homosapien como el hombre Neanderthal, cabeceado con el de cromañon, para recolectar conocimiento, golpeando la espalda de su compañero pregunta por pregunta, en una oportunidad me senté delante un Homo Erectus de condiciones patidermicas, cuya masa y energía eran un ejemplo de la fuerza bruta, porque al tipo cuando pensaba le crujian las meninges, desde el encéfalo hasta la medula espinal, esa especie humana sentado a mi tras, me tenía curcuncho con tanto golpe en la espalda, pidiéndome respuesta a sus preguntas. Aquellos con hombría y coraje; empezó, como lo Cortez no quita lo valiente le propuse el cambio de prueba y en un momento dado, le extendí la mía y el me paso la suya, sin percatarse que la prueba del suscrito estaba con mi nombre y la de él, con la fecha de su nacimiento.

Resulta que al calificar mi examen salí aprobado y la del homosapien desaprobado. Hecho por el cual el hombre de cromañón, hasta ahora me sigue buscando y por referencia no para saludarme sino para sacarme la chochoca.