Opinión

UN DOCE DE OCTUBRE

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

No se puede dejar de mirar el 12 de octubre –que solemniza el descubrimiento de América– con un ánimo de polémica. Eso es lo mejor. Porque condice con la verdadera historia: que los europeos llegaron a América tanto para divulgar la fe cristiana y la cultura moderna, como también para oprimir y destruir. En ese sentido, un 12 de octubre debe verse como un día para la discusión, no para la celebración. Empecemos entonces.

Primero. ¿Se puede decir que el arribo de Cristóbal Colón a América fue un descubrimiento? En su brillante libro, La invención de América, el historiador mexicano Edmundo O’Gorman dijo que se ha venido asumiendo que Colón descubrió América, a pesar de que las fuentes escritas indicaran que él creyó siempre haber llegado a Asia. ¿Qué pudo llevar entonces a sostenerse esa visión forzada del “descubrimiento de Colón”, visión mantenida inclusive por grandes historiadores y cronistas, y que hasta ahora se viene enseñando en los colegios? Para O’Gorman, una América “descubierta” surgió por la posición esencialista que se tenía de la historia: creer que una cosa tiene predeterminada una esencia y que se puede revelar en cualquier momento. América fue luego, según el autor, un preconcepto de los europeos. Fue inventada, no descubierta; y ello significaba que se la considerase como un mero objeto.

Es que inclusive antes del 12 de octubre de 1492, las potencias europeas tenían un fin claro: dominar más espacios geográficos. Nuevo territorio que hallaban, lo declaraban subordinado a su autoridad. En el caso de España, esto se concretizaba con el famoso y patético requerimiento: un español se colocaba frente a un grupo de líderes indígenas y les leía el documento donde constaba que los nativos y sus tierras, a partir de ahora y por orden papal, estaban sometidos a la corona española. A pesar de su fondo trágico, el requerimiento revestía de ridiculez, tanto así que, cuando se lo leyó a los líderes del pueblo cenú (hoy Colombia), uno de estos señaló que el «papa debiera estar borracho» por regalar tierras ajenas.

España, por ley, celebra el 12 de octubre como Fiesta Nacional, ya que ve la llegada de Colón como una efemérides histórica con la que principia su proyección lingüística y cultural más allá de sus fronteras. Es decir, celebra su obra educadora en América. Esto, por supuesto, es una verdad a medias, como todo patriotismo y toda hispanofilia. Según mencionamos, España llegó aquí tanto a culturizar como a esclavizar. Y creo que glorificar una verdad a medias es seguir haciendo el ridículo, como pasó con el requerimiento. En todo caso, si los ibéricos quieren aplaudir sinceramente su llegada a tierras americanas, deben incluir, en la pasarela, a Mancio Sierra o a Bartolomé De las Casas, españoles que, en su momento, reconocieron la rapacidad y la crueldad de sus compatriotas.

Volvamos a América. ¿Qué debemos recordar entonces un 12 de octubre? Más que recordar, es repensar. ¿Qué hemos podido emprender, como proyecto común, las naciones de este continente? La guerra independentista nos unió por unos años, pero, trágicamente, el destino de nuestros países fue la desunión, algo que ya había lamentado el propio Simón Bolívar. Con mucha gracia, se nos tildó por ello «los Estados Desunidos del Sur». Además, es de reprochar que, desde México hasta Chile, la historia americana ha sido infamada por la impronta de líderes mesiánicos, de caciques militares, de populistas sin grandeza. Haciendo las sumas y las restas, el resultado de todo esto ha sido un atraso generalizado.

Cuando se tuvo que hacer frente al poderío colonial español, los indígenas estuvieron desunidos; cuando se tenía que hacer frente al imperialismo norteamericano, las repúblicas adoptaron la misma posición; y ahora, cuando necesitamos estar en el mismo barco contra la pobreza y la desigualdad, cada quien sigue su propio rumbo. Con toda razón, un doce de octubre nos debe hacer pensar más bien en nuestra falta de integración.

(*) Magister en Filosofía por la UNMSM